La –¿desafiante?– imagen del vato con falda como “nuevo arquetipo” de las “nuevas masculinidades”, deja un sabor más que extraño. Primero, porque los escenarios de las estéticas alternativas, siempre se dan en contextos de privilegio y comodidad. Alfombras rojas, pasarelas, portadas de revistas, entregas de premios y así, un corto listado de escenarios a los que la mayoría de vatos no tenemos acceso en la cotidianidad.

Vivimos la creación de una estética cada vez más común en los medios de comunicación y la cultura pop. Muchos medios y plataformas explotarán la imagen. Las fotos se viralizarán y recibirán los focos del mainstream como si estuviéramos reivindicando la deuda social y política con las mujeres al usar falda. 

¿Pero qué las “nuevas masculinidades” no apuestan por descentralizar la atención en nosotros los vatos? Es decir, por siglos, hemos sido la medida de todo, el centro del conocimiento y cuando las luchas feministas estallan para hacerle frente al patriarcado, con todo y sus estructuras y mandatos, creemos desafiarlo desde, una vez más, el protagonismo y los privilegios. 

Acaso no deberíamos estar generando modelos más horizontales, replanteando nuestra identidad masculina y el poder que ésta conlleva, en vez de pintarnos las uñas y ¿nada más? No es que no sea válido, es que no es congruente y no basta. Y tampoco es que quiera clausurar las estéticas, pero sería fácil caer en el síndrome del impostor. Un impostor que toma lo más cómodo de las disidencias sin ningún tipo de compromiso que cuestione y/o busque dejar de sostener los privilegios y poder, que por años, nos han beneficiado y oprimido a mujeres y demás grupos afectados.

Las “nuevas” masculinidades tienen mucho de las de siempre, sin embargo, la contingencia histórica por la que atravesamos ha causado que esta masculinidad hegemónica (así la llamaremos por ahora) se transforme y adapte al contexto presente. 

En otras palabras, los hombres hemos buscado las maneras de resistirnos a perder poder y privilegios aunque nos mostremos más renuentes a la masculinidad hegemónica, sin embargo, no llegaremos lejos sin herramientas para cuestionar nuestra identidad y cómo esta nos sigue posicionando por encima de las mujeres en un sistema jerárquico basado en el género. Pongamos un ejemplo: Los hombres nos atrevemos más a usar ropa ligadas a lo femenino, pero seguimos enseñando la musculatura de nuestros brazos y piernas como símbolo de la fortaleza hipermasculina. 

Si bien, el ascenso de las llamadas “nuevas” masculinidades y masculinidades “alternativas” son positivas, no todos los cambios podrían llevarnos a mejores escenarios donde se busca la igualdad y las libertades por igual; son caminos complejos y no lineales. 

Por otro lado, es bien sabido que dentro de los estudios de la masculinidad, lo que debemos atender como vatos, son los caminos por conquistar, pero al mismo tiempo, mantenernos cerca de los movimientos feministas, aprender y escuchar de manera activa; no apropiarnos de discursos ni espacios, ser participativos sin protagonizar, porque parte de cuestionar nuestra postura histórica, es la búsqueda de la renuncia a una serie de espacios, tanto materiales como simbólicos que nos han pertenecido históricamente como privilegio. 

Estas acciones van más allá de aquellas estéticas (ropa, maquillaje, accesorios) que cómodamente nos hemos apropiado como una masculinidad híbrida entre las “nuevas” y las “viejas” masculinidades, que para el caso, siguen siendo resistencias a perder los privilegios y poder de siempre.

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