Tengo algo atorado en el fondo de mi historial “amoroso” que aún me cuesta aceptar, pero siento que es importante contarlo porque estoy seguro que así como yo, hay por ahí varias personas que regresan a su hogar preguntándose lo mismo que ahora me pregunto: ¿soy malo para las citas?
Y ya que estamos sincerándonos, no soy un tipo que tenga una extensa antología de citas a lo largo de su vida. La verdad es que contadas están, pero es que muchas han llegado al borde de lo traumático: desde una tranquila ida al cine (con la maestra de química en la fila de atrás viendo cómo me agasajaba con todo el fervor de un adolescente); hasta una salida al bar con algunos gramos de cocaína en el bolsillo de mi chamarra, porque la dueña (mi cita) “no tenía donde guardarla”.
Hay unas malas y otras peores, pero lo cierto es que siempre que se trata de citas, me vuelvo a sentir en una butaca de preparatoria, intentando contestar un examen de integrales matemáticas para el que, por supuesto, no estudié, aún sabiendo que no sé nada.
Llegué a pensar que sólo podría compartir conmigo mismo, pero después de hacer mi usual investigación con mis contemporáneos, llegué a la conclusión de que en realidad las citas son un dolor de cabeza para la gran mayoría.
—Son horribles…— escupió Melissa sin pensarlo un par de veces, después de contarles cómo me sentía con respecto al encuentro que tuve un día antes—…son incomodas, te pones nerviosa, no sabes cómo actuar y a veces, no tienes ni idea de cómo es la personas con la que vas a salir. Eso es hasta peligroso.
—Yo simplemente soy malo, pero es que nadie nos enseña a cómo “tener una buena cita” —completó Cristian después de pedir su tercer refill de café.
—A mi no me desagradan, a veces hasta me divierten. Pero creo que lo mejor es aprovechar un acercamiento más natural— debatió Adrián con esa forma tan suya de estar y no estar de acuerdo ante ciertas posturas.
Quizás concuerdo un poco con Adrián. Me encanta pensar que antes era mucho más “normal” acercarte a una chica o chico en el parque, algún restaurante o bar; platicar de lo que sea; si la química hacía presencia, quizás intercambiar una que otra mirada y números telefónicos. Y así sin más, pasar al siguiente nivel, sea lo que sea que eso signifique hoy en día.
Pero lo cierto es que las citas existen por algo. Y probablemente, hoy son más necesarias que nunca. Atrapados entre una pandemia y el mundo digital, pareciera que cada vez es más difícil conseguir eso a lo que Adrián llama un acercamiento más “natural”.
Aunque la verdad es que ponernos radicales ya no queda mucho con estás “nuevas generaciones”. Aquí no hay blanco y negro, sino que nadamos sin dirección en una eterna gama de grises, sobre todo cuando hablamos de relaciones personales. Pero entonces, ¿cómo lidiamos con la sensación de una mala cita?
Si algo he aprendido en mis cortos 24 años, es que cuando se trata de enfrentarse a algo que nos toma un poco de más de esfuerzo, sólo hay de dos: desistir sin mirar atrás o ejecutar la practica y hacerse un maestro.
Desde mi punto de vista, ambas son más que válidas. En mi caso, las matemáticas son caso de desistir y las citas un ejemplo de práctica. Al fin de cuentas, cada quién decide con qué pierde la cabeza, ¿o no?
PUBLICAR COMENTARIO