Giorgio Armani, el padre de la elegancia contemporánea, falleció este jueves 4 de septiembre en su casa en Milán a los 91 años. La noticia llegó mientras su compañía se preparaba para celebrar su 50° aniversario, destacando que el maestro “estuvo trabajando hasta sus últimos días”.
“Hoy, con profunda emoción, sentimos el vacío dejado por quien fundó y nutrió esta familia con visión, pasión y dedicación. Pero es precisamente en su espíritu que nosotros, los empleados y los familiares que siempre hemos trabajado junto al Sr. Armani, nos comprometemos a proteger lo que él construyó y a impulsar su empresa en su memoria, con respeto, responsabilidad y amor”, declaró el comunicado oficial.

Nacido el 11 de julio de 1934 en Piacenza, una ciudad a orillas del río Po, Giorgio fue el segundo de los tres hijos de Maria Raimondi y Ugo Armani. Su padre trabajaba como oficinista en las oficinas del partido fascista local antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin lugar a dudas, Armani fue una de las leyendas más icónicas de la moda. Reescribió la tradición con un imperio que se extendió mucho más allá de la ropa: hoteles, artículos para el hogar e incluso cafeterías lo posicionaron como una fuente de integridad e independencia global. Su obstinación y libertad era un reflejo que su arte era su raison d’etre.
Sin embargo, su fama despegó al revolucionar la estructura interna del traje masculino: suavizó las hombreras y eliminó los forros de lona, dando paso a una sensualidad desenfadada que marcaría el porvenir.
La casualidad lo llevó al Sr. Armani al mundo de la moda y a un trabajo temporal en los grandes almacenes La Rinascente de Milán en 1957. Años más tarde, el 5 de abril de 1982, Time le dedicaría su portada, celebrando el modo en el que había “remodelado y reestructurado la forma de vestir de la gente”. Un espontáneo contraste que se diferenciaba de los excesos de las faldas abullonadas y desenfrenos estilísticos de la época.





Tras estudiar medicina, Armani comprendía el cuerpo y sus movimientos, y utilizó la precisión de un bisturí para diseñar un clase de sartorialidad que hasta la fecha, es imitada con rigor. Fundó su empresa a los 40 años junto con su socio y pareja, Sergio Galeotii. Su máximo esplendor llegaría a mediados de los 80 al vestir a Richard Gere en American Gigoló, desencadenando una revolución en las normas de vestimenta con esa insolente sexualidad.


El italiano nunca se limitó:su visión entendía que el poder y la actitud eran factores que potencian la elegancia. Una férrea atención por el detalle, lo hizo obsesionar con la gestión de su universo. Su creatividad que desprendía un estilo andrógino y lujoso, se volvió popular entre los altos ejecutivos de Wall Street, quienes confiaron en sus trajes ligeros y deconstruidos. Hollywood también reconoció su potencial y lo convirtió en sinónimo de glamour.

Fotografía: Archivo John Kisch / Getty Images




Es casi imposible señalar un ganador del Oscar que no haya usado Armani. Curiosamente, alguna vez declaró su interés y pasión por el cine. Su despampanante glamour lo alineó con las estrellas del momento–– Leonardo DiCaprio, Tom Cruise, George Clooney––, y su nombre prácticamente es sinónimo de vestirse para la alfombra roja. Fue de los primeros en cortejar una alianza corporativa entre los sets. Su impecable temporalidad luciría en la franquicia de Batman protagonizada por Christian Bale, El lobo de Wall Street y en el drama policial Miami Vice.
Toda celebridad se pavoneaba con sus impecables esmoquins y vestidos de noche ricamente bordados con cuencas. “Armani les dio a las estrellas de cine–– su primer amor––una imagen moderna”, dijo una vez Anna Wintour, hasta hace poco editora jefe de Vogue.

Si bien sus diseños eran elogiados, también fueron tildados de monótonos y anticuados, pero las críticas nunca le importaron al “rey del beige”. Fue consistente en sus principios e ideas, que indudablemente forjaron el presente, gracias a su instinto y sensibilidad. Su rápida expansión en Norteamérica le aseguró respeto y gloria, ofreciendo una estética orgánica y sofisticada que impactó en la conciencia general. “Amo el pasado, pero trato de no ser su víctima”.
“La atemporalidad es uno de los mayores logros de la moda, pero también uno de los más difíciles”, declaró
a W en febrero. “En mi opinión, esta cualidad solo se puede lograr eliminando, purificando y centrándose en el valor de la prenda, no en las historias que debe contar, porque las historias, en última instancia, las cuentan quienes la llevan”.
Al paso de las décadas, su influencia se definió y continuó liderando con propuestas atrevidas, pero eficaces en la cotidianidad. Para la primavera de 1990, propuso una versión de tres botones, solapas altas y hombros estrechos, pero aún de corte suave, del traje de saco al que llamó The Natural. “La sociedad cambia y yo cambio con ella. Intento filtrar mis ideas a través de una realidad diaria”, expresó en el documental Made in Milan. A lo largo de su carrera, multiplicó su líneas––Armani Jeans, Armani Casa, Armani Exchange, Emporio Armani …––– y amasó una fortuna de 2,100 millones de euros en 2019 que lo convirtió en uno de los hombres más ricos de Italia y un símbolo de éxito.







Inmensamente exitoso, en el segundo milenio, su aglomerado de lujo demostró también una gran habilidad para combinar materiales y texturas, reinventando incluso piezas como la bomber jacket.
Considerado como una figura extrañamente aislada y ascética, su perspicacia nunca flaqueó. Su legado prevalece al crear un mundo desequilibrado, sobrio e íntimo que seguirá existiendo hasta los confines de la eternidad.
Post a comment