La Ciudad de México acaba de dar un paso importante hacia un consumo más consciente. El Congreso capitalino aprobó reformas a la Ley de Residuos Sólidos que permitirán a las alcaldías implementar programas de recolección, reciclaje y reutilización de ropa de paca, calzado y otros textiles que suelen terminar en la basura.
La medida llega en un momento crucial: la industria de la moda rápida es una de las más contaminantes del planeta. Según la ONU, este sector es responsable del 10% de las emisiones globales de carbono y produce cada año millones de toneladas de desechos textiles, la mayoría de los cuales terminan en vertederos. Prendas que quizá fueron usadas solo un par de veces, se convierten rápidamente en basura que tarda décadas en degradarse.
Con estas reformas, se abre la posibilidad de que los textiles en desuso se conviertan en materia prima para nuevos ciclos de producción, fomentando la economía circular y disminuyendo la dependencia de fibras vírgenes. Es un giro necesario en una ciudad que genera más de 12 mil toneladas de basura al día, y donde el consumo de moda también se ha acelerado al ritmo de la globalización.
La Secretaría de Medio Ambiente (Sedema) tendrá un rol clave: no solo coordinará con cámaras industriales y fabricantes textiles, sino que también podrá impulsar convenios con comercios y cadenas de distribución. El reto, sin embargo, será garantizar que estas alianzas no se queden en el papel y que los programas reciban presupuesto suficiente para operar de manera real y sostenida.
Por otro lado, el componente ciudadano resulta indispensable. El gobierno capitalino prevé campañas de concientización para enseñar a los habitantes cómo separar y entregar sus prendas, pero también busca incentivar prácticas de intercambio, donación y reutilización. Es decir, no se trata únicamente de desechar mejor, sino de consumir distinto: comprar menos, elegir mejor y extender la vida útil de la ropa.
Más que una política ambiental, esta iniciativa es un llamado a repensar nuestra relación con la moda. En un mundo donde vestir barato suele significar producir barato y desechar rápido, la ropa deja de ser un simple desecho y se convierte en un recurso. La capital mexicana se posiciona así como un laboratorio urbano de sostenibilidad, un espacio donde la cultura del “usar y tirar” comienza a ser cuestionada.

Queda claro que el cambio no será inmediato ni sencillo: la fast fashion sigue dominando la economía global con precios bajos y tendencias efímeras que seducen al consumidor amante de la ropa de paca. Pero al menos, desde lo legislativo, ya se trazó un primer camino. La meta es construir una cultura de consumo responsable que dialogue con las urgencias de nuestro tiempo: menos desperdicio, más sostenibilidad, más conciencia colectiva.
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