Pese al escándalo que causó la salida de Hedi Slimane de la maison Celine, el impacto fue rápidamente eclipsado por el ímpetu que generó el debut de Michael Rider.
Esta primavera ha sido tan impredecible para todos, marcada por una llovizna que empapó las ansias de todos. Sin embargo, el gigantesco pañuelo que cubría el recinto evitó que se tornara sombrío este palpitante renacimiento.
Todos se preguntaban sobre qué visión creativa tomaría Rider. La tensión era menos densa, aunque es ingenuo pensar que él sería capaz de borrar el legado de sus predecesores. Al fin y al cabo, es una sombra que la mayoría ostenta por idolatrar. Aún así, su trabajo fue sólido y convincente: una fusión irreverente del pasado de Celine con un mix ecléctico capaz de solventar la urgente necesidad de ofrecer autenticidad frente a la desaceleración del lujo.




La distorsión fue evidente al combinar varios aspectos estéticos que al verlos, presenciabas un cambio delirante que te dejaba asombrado y enamorado a un styling rebosante de nostalgia y exceso.
Provocativo y controlador fue el modo de insertar la tenacidad minimalista de Phoebe Philo con la imponente estructura de su sastrería relajada: abrigos largos double-breasted con una cintura tenue, pero al desabotonarse, ofrecían una ilusión de airosidad al combinarlos con pantalones bombacho de silueta en herradura.
Se moldeó una estética preppy acentuada por un delirio a los ‘80 y 2000s. De vez en cuando, hombros marcados ajustaban los blazers, y una sobrecarga de joyería adornaba con esplendor —incluso en las mangas de una bomber. Los skinny jeans – leggins – impuestos por Slimane, se adecuaron al desenfado con un corte más elástico y un aspecto ecuestre, resultando una maravilla al emparejarlos con loafers con calcetines blancos; una extravagancia que congeniaba con su mentalidad deportiva estadounidense llena de garbosos sweaters ‘Rambo’ .




Sus años en Ralph Lauren brillaron a través de camisetas de rugby oversize, el templado colorismo de sus blazers “old-money” que encajaban perfectamente con el acomodo swag de los cuellos y el modo de amarrar las corbatas. Más que nada, supo cómo encajar aquel utilitarismo ranchero con aquellas chaquetas de pescador desgarbadas, reluciendo elegantes con los pañuelos de seda burgueses. Literalmente, usar las prendas como quisiéramos al darle modernidad a lo que consideraríamos de antaño.
Tal vez la idea de atemporalidad de Rider no sea un austero minimalismo. No desea que las cosas sean poco emocionantes; busca calidad y peculiaridad, algo que nos mantenga positivos y encantados por una clase de vanguardia ligeramente dramática, pero clásicamente bella como el retorno del bolso Phantom.
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