Giorgio Armani dejó una huella perpetua en la moda. El rey del power suit jamás imaginó que su influencia sería eterna hasta vestir a Richard Gere en 1980 en el filme de culto American Gigolo.
Décadas antes de que las estrellas confiaran plenamente en la virtud estilística del italiano, su auge floreció en una historia donde los excesos de la época se personificaron en un libertinaje cargado de glamour y lujuria al ritmo de Blondie.

El director Paul Schrader comprendió que su creación divina, Julian Kay, no podía fanfarronear en las calles de Los Ángeles con trajes anticuados y cuadrados: necesitaba frescura que combinara con el gusto impecable y superficial del “amante mejor pagado de Beverly Hills”.
Esta narrativa no solo se reflejaba en su actitud, sino tambien en la impecabilidad de su guardarropa. Bajo una capa de vanidad y superficialidad, los trajes drapeados de Armani, relucían modernos con su silueta relajada y el uso de tonos suaves como el beige, el marrón y el verde musgo. Entre ese halo de misterio, esa peligrosa elegancia se tornaba sensual y liberadora frente a una masculinidad inquebrantable.
El sol californiano iluminó a Giorgio en la definición de un cambio transgresor para la sociedad. La obsesión por la ropa ––en especial la dedicación que tenía el gigoló por la perfección y el ajuste, como muestra la icónica escena de su ritual al vestirse–– cautivo más que su torso desnudo. “En ese filme, Gere logró mostrar la sensación sensual y natural de mi estilo y la nueva relación entre la prenda y el cuerpo que representaba”, declaró Armani a The Telegraph en 2013.
Asimismo, la gama monocromática fue un adelanto estético que definió el buen gusto, pese al trasfondo erótico que cargaba, mismo que se reflejaba en las gafas de sol que ocultaban la perdición inminente de Julian. En aquella tragedia, la moda dejó de ser algo secundario, pasando a ser un elemento fundamental en el cine.

La sobriedad magnética de Armani te puede convertir en un refinado sex symbol.
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