Francisco Marcin: Entre la figura y la memoria
Los sueños, la memoria y aquello que nunca logramos recordar del todo forman un territorio que rara vez nos detenemos a descifrar. Freud llamaba al sueño “el camino real hacia el inconsciente”, un espacio donde guardamos deseos, miedos y preguntas que reprimimos en la vida despierta. En la obra de Francisco Marcin, ese territorio se vuelve visible: cuerpos interrumpidos, escenas que se deshacen antes de completarse, y recuerdos que regresan como fragmentos de algo vivido, pero impreciso. Sus pinturas nos llevan a ese punto donde lo que intuimos pesa más que lo que entendemos, donde lo que cambia o se borra deja, aun así, una huella.
Con una trayectoria que incluye The Other Side en Charles Adams Studio Project (Lubbock, Texas), un solo show en el Mexican Cultural Institute en Nueva Orleans, su participación en FAMA MTY —donde visitamos su booth, que presentó junto a su hermano Bernardo— y dos becas PECDA (2021 y 2023), Marcin continúa desarrollando un lenguaje visual que transita entre la intuición, el recuerdo y lo que no se deja atrapar.

En esta entrevista, el artista habla de ese espacio donde el cuerpo, la memoria y el olvido se cruzan: figuras que se buscan mientras se desvanecen, líneas que persiguen lo intangible y sueños que, aún indefinibles, siguen moviéndonos.
Estudiaste medicina y después fisioterapia antes de dedicarte a la pintura. ¿Cómo siguen influyendo esas formaciones en tu manera de representar el cuerpo?
Siempre me ha interesado saber cómo funcionan las cosas. En medicina estudié el cuerpo de adentro hacia afuera, desde la célula hasta la proporción completa; en fisioterapia tuve un approach distinto: biomecánica, movimiento, qué es el cuerpo en acción. Llevé anatomía dos veces y creo que eso se queda en mis obras. Aunque las figuras a veces ya no tienen una proporción real, siempre mantengo una anatomía informada: quiebres, huesos, músculos. Me gusta lo figurativo, pero desde ese conocimiento.
En tus pinturas los cuerpos parecen unirse y deshacerse al mismo tiempo. ¿Qué buscas en ese límite entre encuentro, pérdida y olvido?
Creo que lo que busco representar es el olvido. La memoria está en constante cambio: algo que fue amargo se vuelve dulce con el tiempo, como un viaje o hacer ejercicio. Lo mismo pasa con nuestras relaciones; las heridas al ego sanan rápido y lo bonito pesa más, por eso la gente vuelve. Ese vínculo es como una memoria muscular pero sentimental. Es un ciclo.
En Lovers, por ejemplo, por eso la pieza es tan difusa y no embona. Incluso dejé un hueco en medio, arriba del pecho, como una caja abierta que representa ese vínculo amoroso que también está vacío. Me interesa mucho cómo cambia la memoria y cómo cambia también nuestra relación con esos recuerdos.

En muchas de tus obras las figuras parecen fragmentos que intentan reconocerse. ¿Qué te interesa de ese momento que no termina de completarse?
Creo que lo incompleto es lo más honesto. Lo perfecto no existe; la ausencia y lo incompleto son muy humanos, por eso el duelo es universal. También me gusta plasmar reflejos, movimientos o facetas del mismo personaje: temas muy difusos que nunca terminamos de entender. La obra es como intentar atrapar algo que está en constante movimiento; sé que nunca voy a llegar a lo que quiero que se vea, pero me interesa ese intento.
También pienso en las diferentes versiones de nosotros mismos. Como humanos nunca acabamos de defiirnos y dejamos ir versiones que ya no existen. Lo figurativo, aunque parezca estático, cambia según el momento en el que lo miras.
Has dicho que las líneas en tus obras simbolizan “lo que se escapa de nuestro control”. ¿Qué es eso que se te escapa y que intentas seguir?
Lo que persigo es justo lo que no puedo atrapar: la parte espiritual, la memoria, la conciencia, todo lo que no tiene forma y está en movimiento. Las líneas son mi forma de seguirle el paso a eso. Las trazo como tejidos de recuerdos y así separo lo que sí tiene forma de lo intangible.
En Lovers, hice seis canvas por separado para que embonaran lo menos posible. Sabía que quería representar dos figuras encontrándose pero pintadas en diferentes momentos. Las líneas fueron lo que “cosió” esos seis canvas, como si tejieran las partes para que se sostuvieran juntas.

Has dicho que tus pinturas se distorsionan como un sueño que no recuerdas del todo. ¿Cómo entra el olvido en tu forma de narrar desde la pintura?
Ahorita estoy leyendo El hombre y sus símbolos, que habla del subconsciente y la semiología del sueño. El sueño es un lenguaje demasiado personal; por eso es tan difícil interpretarlo. Algo que sí es universal es lo rápido que lo olvidamos: cuando recuerdas un sueño, antes de que pase la media hora recuerdas mucho, pero a la hora ya solo el 30%, y a las dos horas menos del 10%. Lo que perdura es la sensación.
Eso me interesa: cómo un sueño que no recordamos del todo igual impacta nuestra vida. En el mundo onírico todo lo sentimos real: lo olemos, lo tocamos. Las imágenes que recordamos son flashazos, pero las sensaciones duran. Esa ausencia, ese estar incompletos, es no tener control. Y regreso a esa búsqueda cliché de querer algo y, cuando lo tienes, no te llena. Me intriga mucho la fase REM, donde el cerebro está a tope, y cómo esas sensaciones quedan en el cuerpo.

Has dicho que los óleos son como materiales vivos. Si pudieran responderte, ¿qué dirían de cómo los usas?
Creo que dirían que los uso sin miedo, pero con mucho respeto. Un tutor me dijo que el óleo está vivo porque es aceite de linaza con pigmento, algo completamente natural. Me parece poético que un elemento vivo le dé vida a una obra. Me interesa cómo siempre volvemos al mismo material sin pedirle que sea el mismo. El óleo lo puedes estirar, moldear; incluso se pueden hacer esculturas con él. Me fascina su materialidad.

En una de tus captions de IG escribiste “Suelo recordar lo que los demás olvidan”. ¿Qué recuerdos insistes en pintar?
Lo hago como registro. Hay cosas que se pierden muy fácilmente y dibujarlas es la manera en la que yo recuerdo. Cuando dibujo una escena o una persona entra en mi biblioteca mental; soy muy visual, pero dibujar me ayuda a que quede como tatuado.
Esa frase se me ocurrió en un viaje a Nueva York. Llevaba un sketchbook y me puse a retratar gente del metro y momentos que podían pasar desapercibidos. Dibujarlos era mi forma de congelarlos, de evitar que se diluyeran con el paso del tiempo.




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