Es trágico y calamitoso enterarse de la partida de Jonathan Anderson de Loewe. Una de las marcas más queridas y apreciadas, perdió a un ser que renovó su espíritu adormecido por el cuero, transformándola en una fulgurante maravilla cultural. Desgraciadamente, su último adiós fue reservado y cauteloso, dejando que una profunda retrospectiva hablará en los fastuosos salones del Pozzo di Borgo del Hotel Particulier en Rue de L’Université, un lugar predilecto que reveló una brutal y sensacionalista colección.

Bajo el ornamentado tejado rococó y sus monumentales paredes doradas, recopiló y monto intrigantes prendas que manifestaban un viviente y surrealista ingenio que su gigante escultura de calabaza de Anthe Hamilton y las setas venenosas, que elevaban genuinamente su creatividad. Tal reveladora exposición interpuso conectar con un disruptivo espíritu que revitalizó el anonimato, una sofisticación artesanal; un mundo en donde el lujo puede ser trastornado, excéntrico, interactivo y una sensación comercial.    

Arraigado a unos frígidos maniquíes, sus disparatadas creaciones interconectadas por un enfoque artístico contemporáneo y una atención a su viral impacto, encontrabas fabulosos, impresionantes y coloridos vestidos drapeados sin tirantes que fueron diseñados con un remolino infinito de bucles de cuencas, anémonas o perlas que se juntaron entre sí, creando una intricante y textura que desde lejos, parecían como unas lindas pinceladas hechas por Sandro Boticelli. Quedabas boquiabierto con las ridículamente largas botas de pescador que combinaban con las gabardinas de cuero, bomber jackets y motorcycle, genialmente alineadas con tirantes y cortes verticales hiper-medievales. 

Una fluida geometría jugaba con la tradición, historia y movimiento al incorporar sensuales vestidos de ninfa que enfatizaban audacia con las telas, que de igual forma, esta sinfonía escultural se trasladó al bando masculino. Zapatos extremadamente largos de duendecillo eran adornados con una especie de rechonchos y voluminosos pea coats que eran sujetados con unos pudientes broches y hebillas de oro. 

La divina holgura primorosa que reta las líneas de género, una sastrería empareja sus rectilíneos pantalones tubo con blazers con un llamativo estampado oxford y atractiva franela, relajados con la simplicidad marítima de las rayas y la exagerada amplitud de sus camisetas skater bicolor de manga larga. Bellamente confeccionados sus trajes preppy, se vislumbraba una dedicación extendida a su legado marroquinero español. 

Entre el prodigioso collage de finas pieles y una aniquilante chiflada intensidad y volátil elegancia, la costumbre de exhibir arte no fue olvidada. La sensación fue el tejido pixelado que demostró la estimación y defensa de su impulsor, al colaborar con la fundación Josef & Anni Albers, al rendir homenaje a los pioneros del movimiento Bauhaus. Así pues, inspirando el moldaje de pinturas abstractas en composiciones rugosas e intrincados patrones, aplicados en flotantes abrigos capullo jaspeados. Mientras que la obra en serie “Homage to the Square” fue materializada en el cuero repujado de sus bolsos Puzzle, Flamenco y Amazona. 

El simple hecho de transformar baratijas en magnéticas piezas que trascienden con la magia artesanal de sus talleres y herramientas, que rompieron internet , gracias a una deliberante extravagancia tan frenética como virtuosa. 

Un genio del decadente post-renacimiento de la moda. 

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