El fast fashion es la pesadilla de la industria de lujo, pero un aliado para aquellas personas que se quieren adentrar en el mundo de la moda por su bajo (y accesible) precio, pero ¿a qué costo?

Así, pareciera que huir del fast fashion es una tarea retadora. En todos los centros comerciales está presente y por qué no admitirlo, su exitosa publicidad, genera esa sensación de comprar las últimas tendencias que vemos en los nuevos influencers o actores y actrices de las grandes pantallas. De esta manera, el poder del fast fashion se encuentra en la facilidad de volver lo aspiracional algo logrado.

Gran cantidad de información gira alrededor de este modo de producción, pero pocos saben lo que realmente significa. De esta manera: “Es un término usado por minoristas de la moda para trasladar las propuestas de las grandes casas de diseño, desde las pasarelas a sus tiendas para capturar alguna tendencia, lo más rápido posible. Se trata de una estrategia para recrear las tendencias presentadas en Fashion Week, manufacturando prendas muy rápido y a un bajo costo para que los consumidores promedio tengamos la oportunidad de adquirir prendas con estilo a un precio accesible” (Glosario de Moda, 2020).

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Es así, como el deseo de los compradores del fast fashion provoca que se introduzcan al mercado muchas colecciones de ropa “en tendencia” durante periodos cortos de tiempo. Al ser tan pasajero, la producción de prendas carecen de calidad para asegurar un precio económico y asequible para todos, pero que a la larga, afecta la durabilidad de la ropa.

Una industria nociva

El otro lado oscuro son las consecuencias al medio ambiente por representar una de las industrias más nocivas para el planeta. La producción de ropa representa el 10% de las emisiones de CO2 a nivel global, el equivalente a lo que libera la Unión Europea por sí sola, según dados de Greenpeace, mismos que han revelado su impacto en México.

Con sus datos, se estima que en 2020, las ganancias de esta industria alcanzaron los cuatro mil 520 millones de dólares, lo que coloca a nuestro país en la posición 18 del ranking mundial de ventas. El top cinco lo ocupa China, Estados Unidos, Reino Unido, Japón y Alemania.

Un artículo llamado Fast fashion, ¿Es realmente necesario?, de Paola Escárcega del Programa Universitario de Asia y Pacifico, UNAM. Da cuenta de datos de la página del programa para el medio ambiente de la ONU (PNUMA), la en el que refieren de esta forma: “La industria de la moda produce 20% de las aguas residuales mundiales y 10% de las emisiones globales de carbono, más que todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo. El teñido de textiles es el segundo contaminador de agua más grande del mundo. Se necesitan aproximadamente 2.000 galones de agua para hacer un pantalón tipo vaquero” (PNUMA, 2018).

El consumo como impulso

Y eso no es todo, pues el fast fashion no trabaja solo, es más, es la punta del iceberg del consumismo, del cual, México es experto, ya que somos el país de Latinoamérica con más centros comerciales. Tan solo en 2019 había 786 complejos a nivel nacional. Como dato extra, entre 2006 y 2018, se construyeron 108 plazas comerciales en la Ciudad de México, mismas en las que se encuentran tiendas de bajo costo.

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Al fast fashion se le pueden señalar errores de cualquier lado con razones de sobra, desde los ambientales hasta las acusaciones de plagio de marcas de lujo, cuyas historias también son oscuras, pero es parte de otra historia.

El bajo costo de las prendas es el principal atractivo de esta modalidad de producción, cuyos dueños han encontrado un caldo de cultivo para ampliar sus franquicias dentro de otras franquicias, por ejemplo, Zara. Así, si comprar un abrigo Chanel resulta sumamente costoso, puedes obtener algo similar por un bajo precio en comparación con el original y en cualquier plaza comercial cerca de ti.

En esta época postCovid y con los problemas económicos que afronta el mundo, es una realidad que este modelo económico no se desprecia, se aprovecha, pues el argumento principal es que no todos tienen acceso a prendas únicas de diseñador por arriba de los diez mil pesos. Por lo pronto, queda hacer conciencia y exigir a los grandes fabricantes procesos éticos de producción que nos lleven a un consumo responsable y accesible.

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