Mientras París nos fascina con los debuts más esperados de la temporada, finalmente, Haider Ackermann tuvo la oportunidad de presentar su desfile estelar para Tom Ford. Esta apremiante, significativa, colosal y majestuosa ocasión fue un glorioso manifiesto que seduce con su valerosa firmeza y perversa elegancia.
Es abrumador sustituir a un genio y encontrarse en un limbo que marea por la vulnerabilidad y la crítica que perjudicialmente lo acecha, pero su artística sensibilidad creó una obsesiva atención a una franqueza erótica, manifestada en un ejercicio que pretende arroparse en un sosegado glamour, pese a que él odia tal concepto.




Francamente, se esfumó el aspecto lujoso y opulento de Tom. No se basó en sus primorosos y extrovertidos trabajos en Gucci e Yves Saint Laurent, prefiero asentar su visión personal, aunque de manera sutil. Su expresividad colorida se alineó a expresar una formidable simplicidad monocromática. Se percibió un dinámico, flamboyante y sombrío outwear, bastante rudo y tenaz con sus proporciones ‘Matrix’ que se refinaban con la indumentaria casual, fabricada en cuero.
Tanto la feminidad como la masculinidad experimentó un diálogo entre lo suave y rígido, con la afilada sastrería que lijaba y modernizaba los hermosos trajes de color pastel, que denotan una apariencia más jovial y fresca con la animosa luminosidad y flamante, desenfadado estilismo — armonizando con la delicadeza ‘70s de vestidos drape de una sola manga, con sus ácidas llamativas matices pop. Los guiños a Ford eran perspicaces y fantásticos. Una divina severidad se conjuraba con la vibra business core que descaradamente mejoró y aliviano. ¿Imagina andar con batas en Wall Street? Cool.




Su blando clasicismo lleno de nostalgia y elusivas fusiones, ponderan a Ackerman como un espíritu que tiene el control, la pasión , el respeto y la emoción de un pavimentar un prometedor y fortuito legado. ¿Qué si nos sedució su abrigo de rayas negro double-breasted con brillitos? Efectivamente.
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