Germán es uno de esos tipos a los que podríamos considerar de nuevo mundo, pero que vive en una constante lucha con las tradiciones sociales y familiares con las que ha crecido, así como muchos de nosotros. 

De esos amigos que saben que fumar pudre al cuerpo y al planeta, pero siempre que nos vemos me pide uno que otro cigarrillo y echamos párrafo de lo más a gusto.

En fin, Germán viajó a Nuevo Vallarta en diciembre pasado y se reencontró con una amiga de la ciudad que ahora vive una lujosa vida tropical gracias al buen dinero que ha hecho trabajando en las bienes raíces. Después de las épocas decembrinas, ella lo sorprendió con un boleto de avión para que la fuera a ver y pasaran más tiempo juntos. Germán volvió a viajar a la linda Nayarit y fue entonces cuando pasaron de ser viejos amigos de cerveza a ser amantes de cócteles y tours en yate.

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 Todo funcionaba bien entre ambos, hasta que llegaba el momento de pagar la cuenta y lo preocupante para Germán no era tanto la cantidad de números impresos, sino que la primera en sacar la tarjeta e insistir en pagarlo era ella. 

—”Me volvió a escribir Paola”, — me dijo mientras desayunábamos, unos meses después de su viaje “todo pagado” —pregunta que cuándo volveré a visitarla.

—¿Y cuál es el problema? — pregunté, cuando lo que en realidad quería decir era “qué envidia te tengo”.

—”No me gusta güey”.

—¿Ella?

—”Aja… bueno también, o sea no del todo. Pero tampoco me gusta cómo me siento cuando estoy con ella. Me siento como un tipo interesado”.

—¿Cómo gigoló? —me burlé

—”No es tanto eso, pero siento incomodo que me compre un vuelo y me mantenga por una semana, porque ni siquiera me gusta para algo serio”. 

—Mano, yo creo que no tiene nada de malo si ella lo quiere hacer —dije con un tono más serio, después de notar que de verdad era un “tema” para él —no creo que estés abusando, ni nada por el estilo.

Mientras Germán seguía hablando sobre su sentir, no pude evitar preguntarme “¿qué cambiaría si fuera al revés?”. Si fuera un hombre el que le compra el boleto a la chica y paga toda o parte de su visita. ¿Estaría teniendo este tipo de conversaciones con sus amigos y amigas?, ¿sería igual de complicado tomar una decisión? o ¿sería más fácil aceptar si fuera una “ella” y no un “él”?

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El tema me estuvo rebotando por la cabeza y en las conversaciones con conocidos durante varios días. Entonces, me di cuenta, qué si fuera una cuestión de porcentajes y números, en efecto, somos aún muchos los hombres que nos sentimos más cómodos sacando la billetera. Y al mismo tiempo, la mayoría de las mujeres espera que así sea. 

Costumbres, educación, masculinidad, machismo, interés… lo cierto es que cuando nos preguntamos: quién paga la cuenta, podríamos estar rayando hasta en temas de “instinto”. Y aunque nos creemos, ya avanzados en temas de género, la verdad es que la mayoría seguimos muy cómodos (o acostumbrados) a que algunas cosas sigan siendo como siempre han sido.

Probablemente, situaciones como las que pasa mi amigo, seguirán repitiéndose y ya nos tocará reflexionar en carne propia o llegar a la conclusión a la que llegó el buen Germán:

— Quizás sólo me tocó vivir una experiencia en donde se invirtieron los papeles. Pero así se va construyendo la equidad, ¿no?

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