La histeria, paranoia y emoción que nos ha dejado ‘Severance’ es intrigante. El hecho de que este thriller psicológico se esmera por reflejar la crudeza de la robotización laboral y la pérdida de humanidad que aún se vive en inmensas corporaciones, con el descarado pretexto de ser eficaces en un fantasioso trabajo, que es duro y hostigoso de aguantar.
Mark Scout y su gang de introvertidos, quienes continúan buscando la libertad y autonomía del maquiavélico gigante biotecnológico, Lumon Industries, e impedir ser cortados “quirúrgicamente” con aquel microchip que les borraba su identidad y los automatiza al sistema binario; es toda una misión casi imposible de lograr.

Dejando la severa narrativa, uno de los aspectos más imprescindibles y cruciales , que denotan un lavado de cerebro total en ellos, es su indumentaria oficinera. Estando en un lugar donde no percates en qué tiempo y lugar te sitúas, ¿qué clase de prendas se llevarían?
Bajo la dirección creativa de Sarah Edwards, todo gira hacia una retrograda vestimenta godín. La uniformidad que los oprime se destaca por su falta de modernidad, reduciéndolos a estériles y sencillos trajes oscuros de dos botones, finas camisas blancas, pantalones rectos y zapatos de vestir bien pulidos. No artificios, solamente discreción que no interfiera sus labores y combine con la insolación geométrica de sus cubículos.
No son aburridos. Digamos que el anti office-siren del 2025.

Tal sobrio y calculador minimalismo que portan los “innies” de Severance, su elegante recesión es monótona. Presentarse en un lugar extraño, en el que está prohibido cualquier distinción individualista (gráficos, mensajes, logos …) sería horripilante alarmar a tus jefes. Es posible comparar tal distopía incluso con los Padrinos Mágicos. ¿Recuerdas aquellos hadas grises llamados ‘Pixies’? Existen, solo que este universo usan sosos trajes Prada 90s y deambulan en el sótano de la antigua sede de Bell Labs en Nueva Jersey.
Igualmente, nos damos cuenta que aquí no tratan de mostrar una personalidad, sino, reflejar un miserable y dominio empresarial autoritario, rígidamente atemporal, sin vida o chispa.
Una brutal odisea.

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