Emiliano de Ezkauriatza es un artista cuyas obras en escala miniatura revelan mundos y enigmas que desafían la percepción, ocultos a simple vista. Trabaja en pequeñas dimensiones sobre madera (casi del tamaño de una postal). 

Su técnica es minuciosa y precisa, pero su proceso creativo oscila entre el orden y el caos. Construye y destruye continuamente. A través de su arte, explora la fragilidad de la percepción humana y de los materiales, creando imágenes cargadas de tensión, donde lo aparentemente estable parece estar siempre al borde de una transformación.

El trabajo de Emiliano ha sido exhibido en espacios prestigiosos como el Museo Marco (Monterrey), el Centro Cultural Plaza Fátima (Monterrey), y más recientemente en NARANJO 141 y Galería Mascota (CDMX).

Nos abre las puertas de su estudio en Monterrey, un espacio íntimo dentro de su cuarto.

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Victoria Salazar

 Tus obras son de pequeño formato, pero tu técnica es meticulosa, casi obsesiva. ¿Qué te atrae de esta escala y qué papel juega la precisión en tu trabajo?

La escala pequeña es inherentemente íntima. Obliga a acercarse, a observar con atención. Recuerdo que mi papá tuvo que hacer zoom con su celular para ver mis pinturas, lo que me pareció casi un juego. Hay un juego entre la intimidad y el miedo a ella. Si alguien se acerca a mis obras, hay un tipo de voyeurismo implícito: se acercan a mí, pero no literalmente.

También hay algo muy personal en trabajar en este formato. Puedo hacerlo en mi cuarto, en mi escritorio, en soledad y sin interrupciones. En cambio, los formatos grandes exigen un esfuerzo corporal y un espacio más público. Lo pequeño me permite explorar lo íntimo.

 Tu obra parece moverse entre la realidad y el sueño. ¿Cómo logras transformar lo cotidiano en algo fantástico?

El color tiene un papel clave. Me gusta su magia, su capacidad de transformación. En mis pinturas hay algo de la fantasía de los blockbusters: muchos colores pasando al mismo tiempo. Pero también me interesa lo precario. No me deslindo de la realidad. Mis escenarios tienen una escala relacionada con mi propio cuerpo, con mi vida. Si fuera una hormiga, esos paisajes serían realistas. Me gusta pensar en la tecnología de forma amplia: electricidad, estructuras rudimentarias, elementos urbanos.

Mis composiciones surgen de detalles microscópicos. A veces, si hicieras zoom a un sillón, encontrarías patrones similares a los de mis pinturas. Suelo quitarles el color digitalmente para analizar su estructura y trabajar sobre eso.

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Tus colores vibrantes tienen una presencia muy fuerte. ¿Cómo decides la paleta y qué significado tiene para ti?

El color y la comida están ligados en mi vida. Tengo episodios de binge eating donde quiero todo al mismo tiempo hasta que me duele el estómago. Pinto de la misma manera: sin restricciones, hasta que se siente empalagoso. Muchas veces empiezo con la idea de un cuadro azul y termina siendo un arcoíris. Aún así, intento aprender a darle espacios para respirar. El color puede ser una estrategia, no solo un exceso.

Tus pinturas ocultan relatos fragmentados. ¿Hay historias detrás de ellas?

No pienso en narrativas cerradas, sino en escenarios abiertos a interpretación. Me interesa el balance entre lo que yo propongo y lo que el espectador aporta. Me gusta la idea de David Lynch: escenas vagamente conectadas, sin perder del todo el control.

Uso colores fluorescentes porque me remiten a la electricidad y las pantallas. Los pixeles son luces diminutas que forman una imagen, y mis cuadros también están hechos de pequeños fragmentos que se agrupan hasta crear algo más grande.

 Dibujar comenzó como un escape en tu infancia. ¿Cómo ha evolucionado esa necesidad?

Cuando tu hobby de niño se vuelve tu trabajo, todo cambia. Antes dibujaba sin pensar en nada, ahora hay compromisos, dudas. ¿Pinto para mí o para los demás? ¿Para ganar dinero?

Desde que me gradué, la incertidumbre ha sido constante. Pero también he aprendido a curar mi propia obra, a saber qué conservar y qué descartar. Todos hacemos cosas buenas, mediocres y malas. Lo importante es que tu sepas cómo discernir, y que tu seas tu propio curador dentro de las cosas que haces 

 H.R. Giger ha sido una gran influencia en tu trabajo. ¿Qué te atrae de su universo y cómo lo interpretas en tu propio lenguaje?

Me hace gracia pensar en la carne como algo abstracto y la máquina como algo concreto. En 2020 dejé de pintar cuerpos porque un personaje le da protagonismo a la imagen y eso puede hacer que yo, como espectador, no me relacione con la escena. Prefiero pensar en huesos y estructuras mecánicas.

Me interesa capturar el momento justo antes del apagón, cuando hay un último destello de energía antes de la oscuridad. Mis paisajes son cómo ciudades vibrantes a punto de colapsar. Con Giger comparto el interés por lo detallado, aunque mi trabajo se inclina más hacia lo caótico.

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 Vivimos en una era de hiperconectividad ¿Cómo se relaciona tu trabajo con este exceso visual?

Pasé tiempo explorando la idea del “delirio digital”, pero me di cuenta de que prefiero mantener la magia y el misterio en mis obras. No quiero atarlas a un discurso tecnológico específico.

Mi proceso es intuitivo, como un virus que se expande a su propio ritmo. No empiezo con un plan claro; construyo y destruyo constantemente. Si no borrara tanto, tendría el doble de obras. Pero esa impermanencia también es parte de mi lenguaje.

Hay algo posthumano en tu obra, como si mostraras un mundo después del colapso. ¿Cómo lo imaginas?

 Pienso mucho en la fragilidad. A finales de 2023, el sonido de una fiesta me causó tinnitus, una condición donde percibes un ruido constante que no tiene fuente externa. Antes veía lo postapocalíptico en términos amplios, pero ahora lo veo de manera microscópica. Mi audición cambió y mi vida también. Mis pinturas reflejan esa vulnerabilidad: objetos sólidos que, al lijarse, revelan su fragilidad. La madera fue un árbol antes de ser un lienzo. Nada es permanente.

Curiosamente, ya usaba el oído como leitmotiv en mi trabajo antes del tinnitus. Tal vez lo sentía venir. Esa conciencia, a veces paralizante, tiene que ver con cómo existo en el mundo y cómo otros intentan moldearlo según sus propios estándares.Por ahora, yo pinto lo que quiero ver en el mundo. No creo que haya una imagen más precisa que la que tú haces para ti.

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Fotografía: Victoria Salazar

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