A finales de la década de 1970 el glamour, los excesos y la libertad sexual se daban cita cada noche en la mítica discoteca Studio 54. Los miembros de la élite neoyorquina bailaban música disco hasta el cansancio, consumían todo tipo de drogas y gozaban de sexo con desconocidos. Cuatro décadas después recordamos la legendaria discoteca como el epicentro del hedonismo, cuando la música disco y el colectivo LGBT+ pasó del underground al mainstream y se borraron los límites entre vida nocturna homosexual y heterosexual. Ese tiempo suspendido cuando los sueños más salvajes se hicieron realidad.
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No sabemos con exactitud cuales hayan sido los filtros que Steve Rubell (cofundador del Studio 54) usaba para seleccionar a quién se le permitía la entrada y a quién no. Se dice que Rubell escogía, entre el gran tumulto de personas que esperaban afuera, a los “Don nadie” más bellos y con un cierto exotismo sexual que solo él podía identificar. Jóvenes sexualmente accesibles y con muy poca ropa que se mezclaban por una noche con celebridades y la jet set americana y europea.
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Ese templo nutrido de belleza, sexo, champaña, cocaína y purpurina presenció los comportamientos más primitivos y extravagantes del artista Andy Warhol, las actrices Liza Minnelli, Elizabeth Taylor, Shirley MacLaine y Brooke Shields. Los actores John Travolta, Al Pacino y Sylvester Stallone. Los músicos Elton John, Mick Jagger y su entonces esposa Bianca Jagger, Grace Jones, Donna Summer, Debbie Harry y Village People. Las supermodelos Jerry Hall y Gia Carangi; el escritor, Truman Capote; la drag queen Divine y los diseñadores Halston, Calvin Klein, Yves Saint Laurent, Diane Von Furstenberg y Paloma Picasso. Se dice que esta rigurosa selección negó el acceso, por lo menos, una vez a personalidades como Cher, Frank Sinatra y el cineasta Woody Allen, aunque existan fotos que demuestren lo contrario, se quedaron afuera por no ser considerados demasiado cool para entrar.
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Todos ellos libres del hostigamiento de los paparazzis, pues las fotos que se tomaban dentro de la discoteca tenían una política de discreción y solo se publicaban aquellas para las que sus protagonistas posaban. De no ser así, en 1978, habrían arruinado la reputación de decenas de famosos.
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En la pista de baile una luna menguante con la cara de un hombre inhalando cocaína, encuentros sexuales protagonizados por hermosos jóvenes en los palcos y paquetes de cocaína y dinero ocultos tras las paredes de la discoteca. El Studio 54 era un sitio de fantasía y surrealismo, momentos únicos en los que famosos y la gente común compartían por igual. Con esta permisividad la discoteca inspiró la cultura de los clubes nocturnos en general y normalizó la diversidad sexual en el ocio nocturno.
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La clausura del lugar en 1980 se debió a la evasión de impuestos de aproximadamente $2.5 millones de dólares y a la aparición del SIDA que frenó el libertinaje sexual e inquietó a los más asiduos. Pocos lugares como el festival de música Woodstock, The Factory (el estudio de arte de Andy Warhol) y el Studio 54 sonaron tan fuerte. Noches de aventuras irrepetibles que marcaron la cultura pop y LGBT+ para siempre.
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