Transición.
Hablar de mi transición es algo complicado porque ha sido un proceso complejo, no es como que un día me levanté y pensé: hoy quiero cambiar de género. No, más bien fue un proceso que me llevó años aceptar. De las primeras memorias que poseo de mi infancia, hay una muy interesante. Recuerdo haber salido de paseo con mi familia a la Basílica de Guadalupe y ya estando en uno de los jardines que tiene, nos tomaron una foto. Aunque antes de que nos la tomaran, yo me pregunté ¿cómo es que debía de posar? y mi lógica de infante de 4 años, me dio a entender que debía de posar con un gesto muy serio porque todos los niños lo hacían y como yo era un niño, lo tenía que hacer. Ahora cada vez que veo esa foto me lleno de nostalgia y de ternura porque ese niño pequeñito siempre lo supo, pero nadie lo escuchó.
Crecer criado como una niña no fue nada fácil, fui educado para mostrarme callado y sumiso, para casarme y servirle física y emocionalmente a los demás. Sumado a lo anterior, la presión social de tener un cuerpo delgado, pero con “curvas”, sin vellos y sin imperfecciones era un infierno. Jamás me adapté a los estándares corporales del cuerpo femenino “perfecto”, y tampoco deseaba hacerlo, lo que sí se tornó catastrófico fueron los cambios hormonales de la adolescencia. Me empezaron a crecer los pechos, las caderas, a tener la menstruación. Imagina esperar con ansias que te salga barba, te cambie la voz, se ensanche tu espalda y que un mal día despertaras y en lugar de todo eso, tuvieras tu primera menstruación. Recuerdo que después de esa primera vez que me bajó, todas las noches le rezaba a Dios para que cuando me levantara al día siguiente, despertara como un niño. Después de ver que obviamente Dios no iba a realizar ese milagro, me sentí perdido durante mucho tiempo.
Aunque a los 4 años tuve muy claro que yo era un niño, cuando llegué a la adolescencia todo se volvió confuso, pensé que asumirme como mujer lesbiana era lo que realmente necesitaba, pero nunca fue suficiente, yo sentía que le hacía falta algo a mi vida. Hasta que un día en YouTube descubrí videos de hombres trans*, de verdad, había una cantidad considerable de estos hombres que habían sido criados como mujeres, pero, al igual que a mí, eso nunca les encajó. En estos videos, los cuales veía por horas, mostraban los cambios físicos que tenían durante la aplicación de testosterona y los resultados de diferentes cirugías. Cuando los vi, entendí quién era y qué quería en mi vida, el inconveniente era que en ese momento me parecía imposible cambiar de esa manera, es más, en esos años en la Ciudad de México, tenías que pasar por un largo, costoso y violento juicio legal para que las instituciones cambiaran tu nombre.

Autorretrato de Kael Torralva
Pasé años ignorando mi sentir, pero paradójicamente, físicamente me iba viendo más masculino, hasta que un día, en la Universidad, me harté de todos y de todo y dije: si no cambio totalmente no sé qué va a ser de mí. Es rudo, pero era cambiar definitivamente o suicidarme, aunque muy adentro de mí, sabía que ya no quería seguir viviendo en esa miseria. Entonces, así lo hice, cambié mi nombre legalmente, afortunadamente la CDMX ya había adaptado ese procedimiento a uno administrativo, sin necesidad de juicios. Me peleé y fui decenas de veces al IMSS, para que me atendieran y me pudieran proporcionar tanto la atención de un especialista en endocrinología como mi tratamiento hormonal con testosterona.
Ciertamente no todo ha sido doloroso, recuerdo la primera vez que me deshice del cabello largo y mi cabello quedó tal y como siempre lo quise, sentí mucha alegría y mucha tranquilidad porque poco a poco me iba acercando a quién de verdad era. Otra alegría fue cuando le pedí a mis padres que eligieran mi segundo nombre y accedieron sin reproches. Sumado a lo anterior, recuerdo el momento en el que fui al registro civil y pude cambiar legalmente mi nombre, sentir que mi acta de nacimiento y todos los demás papeles por fin me representaban. Los nervios y la euforia que me dio mi primera inyección de testosterona, los primeros vellos que vi salir y engrosarse, los gallos que tenía cada vez que hablaba.
Después de todo este recorrido, aquí sigo, llevo un año y unos cuantos meses en tratamiento hormonal con testosterona, me empieza a salir la barba, tengo infinidad de pelos en todos lados (absolutamente en todos lados), la menstruación se detuvo, mi espalda se ensanchó y mi grasa se distribuyó, mi piel se hizo muy grasosa, mi voz se tornó bastante grave y tengo que admitir que me volví un poco más irritable, aun así estoy feliz con cada uno de esos cambios.
Tal vez durante todo el relato te estuviste preguntado cosas como: ¿pero qué será hombre o mujer? ¿entonces es una mujer biológica? No, no soy una mujer biológica, soy un hombre trans* de 23 años y ciertamente, es claro que no tengo pene, pero mi experiencia y mi vida me han hecho entender que no necesitas tener uno para ser hombre. Este es un mito que los hombres trans* rompemos completamente, aunque no tengamos pene o testículos, no quiere decir que seamos menos hombres, sino que nuestra identidad va más allá de eso.
Cuando por fin me pude aceptar y presentar como hombre y la sociedad también me veía como uno, me pregunté qué tipo de hombre quería ser. La respuesta, paradójicamente la encontré recordando mis vivencias cuando los demás me consideraban como mujer. Noté que también había sido acosado, violentado y visto como objeto por los hombres, también me habían tocado en el transporte público, en fiestas y recordé lo desagradable que era todo eso. Sentirme objeto y que pudieran transgredir mi integridad y creer que tenían la capacidad de violentarme solo porque tanto ellos como toda la sociedad está estructurada para que lo hagan.
Entonces, me propuse no ser ese tipo de hombre, no quería que mi masculinidad se basara en violentar y en agredir a las mujeres, ni siquiera en verlas como objetos que me pertenecen o que solo están ahí para mi satisfacción o para servirme porque no están ahí para mí, ni para ningún otro hombre. Tampoco quería que mi masculinidad se basara en hacer menos a otros hombres, ni en agredirlos como he visto que bastantes hombres lo hacen, solo para reafirmar qué tan “masculinos” son.
Aunque lo tengo muy claro, el trabajar en esta masculinidad no es nada fácil porque desde muy pequeños nos enseñan cómo debe de ser un hombre. Curiosamente, los mismos hombres también me han tratado de enseñar como es ser uno, lo que termina siendo muy frustrante porque nunca les pido que me enseñen, pero, creo que es la forma en la que ellos mismos se educan porque eso les da la posibilidad de que se solapen y se permitan las agresiones, la violencia y es un círculo infinito de constante alienación.
Con esto no quiero decir que la masculinidad en la que constantemente trabajo es la única, ni la mejor, ni la verdadera, sino que hay diversas formas de ser hombre y cada quien trabaja en la que cree que es mejor, sólo te tengo unas preguntas: ¿se puede ser hombre aun si no tienes pene? ¿se puede ser hombre sin transgredir la integridad física y emocional de los demás? Entonces, ¿qué es ser un hombre? Y, sobre todo, ¿qué tipo de hombre decides ser?

Autorretrato de Kael Torralva
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