¿Quién no ha sufrido por amor (romántico)? Me parece que en singulares medidas, todxs hemos sufrido por amor. Pasar por la desagradable sensación de una ruptura, de una infidelidad, de un divorcio o simplemente darnos cuenta de que el amor no es suficiente para mantener una relación viva y sana. Pero, ¿el amor es lo que nos hace desgarrarnos las vestiduras o será más bien las ideas que creamos alrededor de él?

Desde muy chicxs aprendemos cómo debe ser el amor y cómo nos deben amar y amar a otrxs. Aquí, puede entrar la lista de todas aquellas series y películas de nuestra infancia y adolescencia, donde soñábamos con un amor como el de las princesas de Disney o el despertar sexual y amoroso de Dawson’s Creek. También, las ideas de instituciones como la familia, la escuela, la religión, entre otros. Aquello que consumimos fue lo que nos formó como individuos y como sociedad, aspirando a los modelos que la TV, el cine, las revistas y ahora el Internet nos subordinaban a vivir en mandatos amatorios. 

De esta manera, aprendimos a amar según nuestros personajes e ídolos favoritos, sin ponernos a pensar si quiera, si esto era sano, si era justo o viable. Así, el amor romántico es un modelo que se construye a partir de lo social y cultural, imponiendo cánones y formas de vivirlo (como si existiese solo una).

Socialmente, una pareja debe vivir su amor de forma monógama, sin margen para fracasos, con hijos –porque ¿qué chiste tiene casarse si no es para formar una familia y parecer portada de caja de cereal?–, además de cumplir cabalmente los roles de ser un esposo proveedor y una madre entregada a su hogar y al cuidado de sus hijxs.

Fotografías de Daniela Feijoó para nuestra editorial de Vogue.

A esto, debemos sumar las utopias emocionales a las que nos encadena lo romántico. Una utopía en la que no hay espacio sino para la felicidad dura y pura 24/7. Nunca para la injusticia, nunca para develar los abusos, nunca para señalar las violentas formas que llevan a asesinar mujeres en nombre del amor y a los medios llamándole “crimen pasional”. 

En este sentido, todxs tenemos a esa tía que antes de preguntar por los logros personales o profesionales, nos lanza la típica pregunta: ¿y el novix? En realidad, es una pregunta incómoda, pero que devela la pedagogía con la que ha sido edificada la sociedad generación tras generación, porque para la sociedad, un individuo no puede estar completo sino es con una pareja y además, para toda la vida. De esta forma, las industrias culturales han sacado el mayor provecho a esta idea de lo romántico. Series, películas o libros que tienen como tema central el amor para toda la vida sin importar las consecuencias.

Y es que como dice Coral Herrera: “lo ‘romántico’ es político”. Eso político es una sombra que pasa desapercibida mientras creemos amar, cuando por otro lado, vivimos bajo utopías que cuartan nuestra libertad con desigualdades y jerarquías patriarcales.

Pongamos un ejemplo a partir de los roles del amor. Las mujeres, tienen el mandato de ser mamás y estar a cargo de los cuidados de la casa, así como de los críos. Esta dura tarea, lejos de parecernos una imagen natural y tierna de madre, es la explotación de un trabajo no pagado. Porque mientras los hombres salimos a superarnos profesionalmente, las empresas para las que trabajamos se deslindan de aquello que las mujeres deben hacer para que sus empleados puedan ser funcionales. Claro, todo bajo el nombre del amor y los roles de género. Uniformes limpios, comida al día, un hogar funcional; cuidados hacia alguien que enferma y una serie de tareas pesadas, esclavizan por amor.

Fotografías de Daniela Feijoó para nuestra editorial de Vogue.

Otra jerarquización e imposición, es la del amor heterosexual. Hasta hace muy poco, los medios y plataformas de contenidos nos mostraban el amor de manera unidimensional: El amor hegemónico: Tom Holland y Zendaya, Shakira y Piqué, Orlando Bloom y Katy Perry ¿Acaso los homosexuales, lesbianas y transexuales no aman? Por supuesto que lo hacen, pero no encaja en el sistema de valores e intereses del patriarcado ni del capitalismo. Porque el amor tiene que ser para siempre, heterosexual y solo entre dos. Ojo, no estoy diciendo que con esto, se promueva la deslealtad y la mentira. Más bien, aspirar a un modelo amatorio libre, colectivo, de apoyo mutuo, horizontal y diverso. 

Para cambiar los modelos, lo mejor es empezar entre dos, esa pequeña célula que se genera en una relación, donde podemos darle giros a los acuerdos y expandir, o bien, reinventar los conceptos y límites del amor. Cambiar los viejos paradigmas y mandatos por unos más apegados a la realidad social, cultural, política y emocional en la que vivimos. 

Cambiar el “por siempre y para siempre”, por el “hasta donde sea sano”; cambiar “mi media naranja” por reconocernos como seres individuales y completos, no parciales. Mutar de “el amor lo puede todo” por los cuidados y las coresponsabilidades afectivas. El hogar entendido por una red de afectos y las familias hegemónicas por un clan donde caben nuestros animales y plantas, en vez de solo hijxs. 

Cuestionar y deconstruir las formas del amor, nos harán una sociedad que permite menos las injusticias, la jerarquización, la verticalidad y que nos llevará a empezar a crear un espacio para querernos y amarnos de forma autónoma, donde podamos compartir con quienes elegimos por amor y no por dependencia o mandato social. Porque el amor también es ternura y poesía, porque ya no necesitamos más promesas falsas y si prometemos algo, que sea la anarquía.

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